Con estas razones perdÃa el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don BelianÃs daba y recebÃa, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejarÃa de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allà se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál habÃa sido mejor caballero:
PalmerÃn de Ingalaterra o AmadÃs de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decÃa que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podÃa comparar, era don Galaor, hermano de AmadÃs de Gaula, porque tenÃa muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentÃa no le iba en zaga.
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